
Cada 14 de septiembre, la Iglesia Ortodoxa celebra con solemnidad la Exaltación de la Santa Cruz, una de las fiestas más significativas del calendario litúrgico. En ella contemplamos no solo un acontecimiento histórico, sino el profundo misterio de nuestra fe: la Cruz del Señor, signo de sacrificio y, al mismo tiempo, fuente de vida y salvación.
Historia y memoria
La tradición nos recuerda dos grandes hechos. El primero es el descubrimiento de la Cruz del Señor en Jerusalén por Santa Elena, madre del emperador Constantino, en el siglo IV. El segundo es la devolución de la misma Cruz a Jerusalén por el emperador Heraclio en el año 628, después de haber sido llevada por los persas. Ambos momentos fueron ocasión para que el pueblo cristiano venerara públicamente el madero en el que Cristo entregó su vida por la humanidad.
Significado espiritual
Para la Iglesia Ortodoxa, la Cruz no es un simple objeto de recuerdo, sino un símbolo de victoria. Lo que antes fue instrumento de humillación, se convierte en trofeo de esperanza. Elevamos la Cruz para proclamar que, a través del sacrificio de Cristo, la muerte ha sido vencida y la vida eterna nos ha sido dada.
Durante la liturgia de esta fiesta, la Cruz es presentada solemnemente en medio del templo para ser venerada por los fieles. Así, el pueblo cristiano se acerca con humildad, gratitud y amor a aquel signo que nos recuerda la entrega suprema de nuestro Salvador.
La Cruz en nuestra vida
La veneración de la Santa Cruz también es una invitación personal. Cada creyente está llamado a llevar la cruz en su vida diaria: en el esfuerzo, en la paciencia, en la renuncia al egoísmo y en la práctica del amor. La Cruz nos enseña que, incluso en medio de las pruebas, Dios transforma el sufrimiento en fuente de gracia y redención.
Iconografía
Los íconos de la Exaltación de la Santa Cruz nos presentan la escena de su elevación por el Patriarca de Jerusalén, acompañado de Santa Elena y rodeado de fieles. Este lenguaje visual nos recuerda que la Cruz no pertenece a unos pocos, sino que es herencia de toda la Iglesia, signo de unidad, fe y esperanza para todos los tiempos.
Que la contemplación de la Cruz en esta fiesta nos inspire a vivir con mayor entrega, con esperanza firme y con el corazón vuelto siempre hacia Cristo, quien por amor al mundo entregó su vida en ella.